"Tomaos el mundo", dijo un día Júpiter a los hombres desde su trono; "que vuestro sea eternamente como feudo o como herencia; pero partidlo entre vosotros como hermanos."
A estas palabras, jóvenes y viejos, todos se preparan y se ponen en movimiento: el labrador se apodera de las producciones de la tierra; el gentilhombre del derecho a cazar en los bosques.
El mercader toma todo cuanto pueden contener sus almacenes; el abad escoge para sí los vinos más exquisitos; el rey pone barreras en los puentes y caminos y dice: "Mío es el derecho de peaje."
Estaba hecha la partición desde largo rato cuando se presentó el poeta. ¡Ay! nada quedaba ya para él, y cada cosa tenía dueño.
"¡Desdichado de mí! ¿Debe quedarsae olvidado el más querido de tus hijos?..." decía él a Júpiter postrándose ante su trono.
"¿Si te has detenido demasiado en el país de las quimeras", contestó el dios, "¿qué tienes que reprocharme? ¿Dónde estabas pues durante la partición del mundo?"
"Estaba cerca de tí" contestó el poeta. "Mis ojos contemplaban tu rostro, mis oidos escuchaban tu celeste armonía; perdona a mi mente, que deslumbrada por tu resplandor, se ha separado por un instante de la tierra y me ha hecho perder mi parte de ella.
"¿Qué haremos?" dijo el dios. "Nada tengo que darte: los campos, los bosques, las ciudades, todo eso ya no me pertenece. ¿Quieres que parta el cielo contigo? Ven a habitarlo, ¡siempre estará abierto para tí!"
Schiller - "la partición del mundo"
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