miércoles, 12 de agosto de 2009

limbo


Hasta hace poco, la figura de la adolescencia parecía innecesaria. Los niños empezaban a trabajar con sus padres - el trabajo infantil no era un pecado - en labores pequeñas que se ajustaban a sus capacidades físicas y mentales, y poco a poco aprendían un oficio, con todo lo que ello implica.

Se aprende mucho trabajando; sobre la vida, el juicio y el sentido del deber.

Superada la infancia, los hombres y las mujeres jóvenes eran plenamente responsables por sus actos y sus vidas. Pocas expectativas de longevidad tenían, razón por la cuál los procesos eran rápidos y definitivos. O bien se ingresaba plenamente en un aparato productivo, jerarquizado por la experiencia y el talento; o se optaba por el riesgo de apartarse de lo conocido y aventurar. El tiempo, al final se encargaba de poner a cada uno en su sitio.

El hijo del cantero, por ejemplo, apoyaba a su padre tallando piedras durante un tiempo, y luego decidía si continuaba manejando el taller familiar o si prefería usar sus conocimientos para hacer edificios enteros; como Mies.

Ahora, por el contrario, tras la infancia se ha construido una prolongación extraña de aparente padecimiento, que permite una irresponsable asunción de la adultez. Despojados de todo afán de coherencia, los adolescentes pierden su tiempo, su fuerza y muchas veces las oportunidades más valiosas que la vida les ofrece, jugando a ser grandes sin asumir las responsabilidades implícitas en cada uno de sus actos.

Vendedores de necedades de toda clase, promotores de modas efímeras, proxenetas, jíbaros grandes y pequeños, adultos fracasados que buscan mercado para sus tonterías y enfermos que se encargan de ocultar sus miserias en el delirio colectivo y permanente; promueven, entre otros, este estado artificial del desarrollo humano. Como en la consigna que propone dividir para reinar, algunos debilitan lo más sano y fuerte y hermoso de la juventud, enfrascándola en el círculo vicioso de la inutilidad, y en la enfermedad del ocio que deriva de la inconsecuencia, para obtener algún oscuro beneficio.

Entre los inconscientes, contagiados por un extaño síndrome de Peter Pan, el sufrimiento se hace tara; contagiosa, peligrosa, dolorosamente triste...

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