Algunos tienen naturalezas explosivas. Sus músculos, poderosos y grandes, responden a estímulos sinápticos fulminantes. Como relámpagos, agotan distancias cortas en instantes; como truenos, producen intensas expresiones que duran, acaso, segundos.
No duran mucho, empero - no resisten. Aún jóvenes, su poder se agota; su lustre declina y su éxito desaparece. Cien metros son suficientes para ellos - metas cortas, digo.
Otros, por el contrario, tienen músculos largos que a cambio de potencia permiten el constante flujo de oxígeno entre las fibras. Es verdad: no producen el impacto deslumbrante del velocista, pero logran milagros maratónicos, proezas de paciencia y longitud casi increibles.
Ambos caracteres aplican a atletas y artistas (o arquitectos) por igual.
Los primeros concursan, aspirando a coronar la cima de la gloria tras realizar esfuerzos puntuales que los lleven rápidamente a la meta inmediata. Los segundos pasan horas corriendo, sin siquiera imaginar la cercanía de la cinta que indica el final del camino.
Unos corren. Otros hacen carrera.
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