En una versión contemporánda de la "arquitectura parlante" de los humanistas franceses del XVIII, nuestro cuarto edificio habla, ¡y vaya si es elocuente! Sin embargo, antes que evidenciar su utilidad práctica a través de una forma que la indique, su gracia consiste en haber aprendido a decir las cosas en un lenguaje nuevo, que hacía falta hacía mucho tiempo.
Como en Babel y su altísima torre, hubo un momento en el que la certeza de una especie de lengua adánica, representada por un principio de orden importante, se diluyó en medio del interés por anteponer la función como guía del proyecto. No fue suficiente, empero, el uso como mensaje, y durante un siglo soportamos la aparición de eficicios cada vez más mudos, ciudades cada vez menos conversadoras.
Tras la caida de la torre, vino la confusión. Algunos optaron por la ventriloquia, y asumieron que tomando voces prestadas podían presentar sus obras como los famosos muñecos de quijada floja y ojos generalmente desorbitados. Otros se sumergierion en las profundidades de la lengua muerta, y aprendieron el difícil arte de la comunicación críptica, del mensaje autónomo y circular.
Entre los edificios mudos, incapaces por uno y otro medio de decir lo que tienen que decir, aparece entonces esta obra maestra, que logra constiutirse en signficado pleno en y por sí misma, revolucionando el lenguaje artquitectónico con una nueva propuesta de orden, que supera función, realismo, racionalismo, y se establece en el presente con un discurso claro que amablemente parece proponernos una nueva conversación. Mas que imaginario, es este el edificio necesario.